Amigos durante mucho tiempo se pensó que las personas adultas teníamos más dificultades para aprender que en la infancia y adolescencia, porque la inteligencia decrecía con la edad. Ese prejuicio se sustentaba en numerosos estudios psicológicos, orientados por paradigmas que ignoraban la capacidad de todas las personas para aprender y generar conocimientos pertinentes al contexto. Expertos daban por supuesto que los adultos teníamos muchas dificultades para aprender, y algunos adultos interiorizaban esa imagen negativa que se les proyectaba y acababan diciendo: A mi edad, ¿ESTUDIAR? Nooo ¿qué voy a aprender ?...
Cada vez que los docentes nos planteamos enseñar determinados contenidos escolares a nuestros alumnos, ponemos en funcionamiento, casi sin pretenderlo, una serie compleja de ideas sobre qué significa aprender en la escuela y cómo podemos ayudar al alumnado en ese proceso. Dichas ideas, que hemos ido forjando a lo largo de nuestra actividad educativa, gracias a la experiencia y a la reflexión, constituyen nuestras concepciones de aprendizaje y enseñanza. Esa teoría actúa como referente clave para la toma de decisiones sobre qué, cuándo y cómo enseñar y evaluar. Sin embargo; no todos los maestros de un mismo centro educativo participamos de las
mismas ideas y por ello cuando hay que tomar una decisión de equipo suelen barajarse argumentos contradictorios que es mejor comprender y valorar antes que censurar o simplemente rechazar.
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