Fuente: Santillana
¿Qué son los valores?
¿Qué son los valores?
Esta pregunta ha sido objeto de reflexión y polémica en la que los más relevantes filósofos han participado desde la antigüedad hasta ahora. La principal causa de que no resulte fácil llegar a una definición de valor es que la comprensión de este concepto depende de quién lo percibe.
Los valores son cualidades que se atribuyen a ciertos objetos, a las personas o a sus acciones. Cada sujeto tiene su percepción personal de esas cualidades y, por tanto, establece una jerarquía o escala individual. Sin embargo, todos los individuos están de acuerdo en que un valor representa algo importante en la existencia humana.
Para el ser humano crecer y desarrollarse, no sólo fisiológica sino integralmente, supone el reconocimiento de valores e ideales que orientan y dan sentido a su vida. La aceptación de determinados valores por parte de un individuo ejerce una función que regula su conducta, le permite actuar en determinada forma y ser coherente consigo mismo, con otros seres humanos y con su medio.
Los valores son bienes considerados universalmente como principios reguladores de la conducta de las personas; tienen su base en el valor supremo: la dignidad humana. De este valor surgen otros, aceptados en la actualidad por todos como fundamentales: la responsabilidad, el respeto, la libertad, la solidaridad, la justicia, la tolerancia y la honestidad.
El modo de concebir los valores varía de acuerdo con cada cultura o momento histórico; por ejemplo, el valor de la hospitalidad se expresa de diferentes maneras en la cultura occidental y en el mundo islámico. Incluso en aquélla se ha producido una clara evolución en las formas de expresar dicho valor.
Debido a la diversidad de concepciones y aplicaciones de los valores, cuando se habla de ellos es obligatorio puntualizar cuál es la visión que en el tiempo y el espacio se tiene de cada uno.
Podemos mencionar, para empezar, los siguientes:
Responsabilidad: Es la necesidad de dar cuenta o responder de los actos propios ante uno mismo y ante los demás. Incluye el aprender a autolimitarse y no esperar que los límites sean impuestos desde el exterior, sino que se fundamenten en los valores propios y en el reconocimiento de los derechos de los demás.
Respeto: Implica la capacidad de ver a una persona tal como es; tener conciencia de su individualidad. Significa comprender que ningún ser humano es propiedad de otro y que nadie es juez moral de nadie. La igualdad obliga al respeto, el cual posibilita la convivencia pacífica. El respeto lleva a reconocer los derechos y la dignidad de otro y la obligación de no perjudicarlo ni dejar de beneficiarlo.
Confianza: Es la seguridad de una persona para actuar; es su ánimo y decisión para obrar. Confianza es la actitud que manifiesta un individuo cuando se siente respetado, comprendido, alentado y acogido en el contexto de una relación de diálogo y respeto.
Amistad: Consiste en el afecto personal desinteresado, comúnmente recíproco, que nace entre dos o más personas y que se fortalece con el trato. Es un lazo afectuoso nacido de la estimación y la benevolencia mutuas.
Cooperación: Es una acción que se realiza con otro u otros individuos para conseguir un mismo fin. Esta acción, aunque a veces trae un beneficio personal, siempre tiende a favorecer a los demás. Para considerar un acto cooperativo debe existir una reciprocidad; sin ésta no se puede hablar de cooperación, sino de ayuda.
Compartir: Se entiende como un acto de participación mutua en algo, ya sea material o inmaterial. En el acto de compartir está implícita la generosidad, la actitud de saber dar y recibir, de aceptar y acoger lo que otro ofrece.
Justicia: Es la constante y perpetua voluntad de dar a cada cual lo que le corresponde por ser quien es, por sus méritos o actos.
Solidaridad: Se define como la adhesión ilimitada y total a una causa, situación o circunstancia que implica asumir y compartir tanto beneficios como riesgos. Es la adopción de una actitud de participación y apoyo que se muestra frente a los problemas, actividades o inquietudes de otro u otros por razones morales, ideológicas, u otras. La solidaridad expresa la unión o vinculación entre las personas y la responsabilidad recíproca individual y colectiva.
Tolerancia: Es el respeto a las opiniones o prácticas de los demás, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Implica la posibilidad de establecer un diálogo en la que se respetan las diferencias.
Honestidad: Significa que no hay contradicciones ni discrepancias entre los pensamientos, las palabras y las acciones de un individuo. La persona honesta nunca hace mal uso de lo que se le confía.
Libertad: Se define como el derecho de la persona a actuar sin restricciones, siempre que sus actos no interfieran con los derechos de otras personas. La libertad individual es la capacidad de autodeterminación que permite a los seres humanos actuar de acuerdo con sus deseos, teniendo como único límite el derecho de los demás.
Paz: Es la ausencia de conflictos. Se puede describir como la relación que existe entre personas, grupos o países entre los que no hay enfrentamientos. Se pueden distinguir dos formas: la paz interna, que se caracteriza porque la persona posee un equilibrio psíquico, sentimientos altruistas y no tiene conflictos entre sus sentimientos y su mente, y la paz externa, que recae sobre un fenómeno cultural, jurídico, político o social.
La formación en valores no debe manejarse en el salón de clases como una asignatura más que los alumnos y las alumnas deben estudiar cada semana, sino como una reflexión cotidiana de la manera en que conviven los diferentes actores que forman los ambientes familiar, escolar y social de los educandos.
El maestro o la maestra debe tener presente que en la educación integral de los educandos, la formación en valores es un aspecto tan importante como el desarrollo de otras capacidades cognitivas, pues los niños y las niñas, al adquirir actitudes positivas hacia su persona y hacia quienes los rodean, desarrollan habilidades útiles para enfrentar la problemática implícita en la vida social.
La adquisición de valores útiles para la convivencia armónica enfrenta grandes obstáculos, por ejemplo, la influencia de la educación familiar, que no siempre tiene como base valores aceptados de manera universal; el efecto de los medios de comunicación masiva en los escolares, quienes en muchas ocasiones se convierten en receptores pasivos de mensajes violentos, consumistas, individualistas y de competencia desmedida. A los aspectos anteriores se suma la gran diversidad de valores manejados en las sociedades actuales, resultado de un proceso integrador que nos acerca a realidades culturalmente ajenas y distantes.
La escuela, como la familia, es un espacio propicio para la transmisión de actitudes que promuevan la libertad, el respeto de la dignidad humana, la tolerancia y la convivencia pacífica. Para ello, es importante que el maestro o la maestra tenga siempre presente que los valores sólo se aprenden mediante la práctica, experimentándolos día a día y observándolos en los prototipos inmediatos de los alumnos y las alumnas.
En el proceso de adquisición de valores, la figura del maestro o de la maestra juega un papel de suma importancia. Por tal razón, el docente debe analizar y clarificar las actitudes que orientan sus acciones, de modo que muestre coherencia entre lo que comunica verbalmente a los educandos y lo que manifiesta con sus actos. Es necesario, además, que se convierta en el principal promotor de la tolerancia en el grupo escolar y que evite imponer criterios o ideas. Su principal función será alentar la discusión y la reflexión acerca de situaciones que ofrezcan aprendizajes, muchas de ellas derivadas del propio trabajo escolar.
El ambiente del aula debe ser de confianza, cálido y respetuoso; debe alentar la expresión espontánea y franca de los educandos y permitir la crítica y la autocrítica constructivas. De otro modo, los valores se percibirán como ideales acerca de la vida, y no como convicciones individuales capaces de generar conductas adecuadas para vivir en armonía con el entorno social y natural. Esta idea deberá orientar la labor cotidiana de la Educación en valores.
Los valores son cualidades que se atribuyen a ciertos objetos, a las personas o a sus acciones. Cada sujeto tiene su percepción personal de esas cualidades y, por tanto, establece una jerarquía o escala individual. Sin embargo, todos los individuos están de acuerdo en que un valor representa algo importante en la existencia humana.
Para el ser humano crecer y desarrollarse, no sólo fisiológica sino integralmente, supone el reconocimiento de valores e ideales que orientan y dan sentido a su vida. La aceptación de determinados valores por parte de un individuo ejerce una función que regula su conducta, le permite actuar en determinada forma y ser coherente consigo mismo, con otros seres humanos y con su medio.
Los valores son bienes considerados universalmente como principios reguladores de la conducta de las personas; tienen su base en el valor supremo: la dignidad humana. De este valor surgen otros, aceptados en la actualidad por todos como fundamentales: la responsabilidad, el respeto, la libertad, la solidaridad, la justicia, la tolerancia y la honestidad.
El modo de concebir los valores varía de acuerdo con cada cultura o momento histórico; por ejemplo, el valor de la hospitalidad se expresa de diferentes maneras en la cultura occidental y en el mundo islámico. Incluso en aquélla se ha producido una clara evolución en las formas de expresar dicho valor.
Debido a la diversidad de concepciones y aplicaciones de los valores, cuando se habla de ellos es obligatorio puntualizar cuál es la visión que en el tiempo y el espacio se tiene de cada uno.
Podemos mencionar, para empezar, los siguientes:
Responsabilidad: Es la necesidad de dar cuenta o responder de los actos propios ante uno mismo y ante los demás. Incluye el aprender a autolimitarse y no esperar que los límites sean impuestos desde el exterior, sino que se fundamenten en los valores propios y en el reconocimiento de los derechos de los demás.
Respeto: Implica la capacidad de ver a una persona tal como es; tener conciencia de su individualidad. Significa comprender que ningún ser humano es propiedad de otro y que nadie es juez moral de nadie. La igualdad obliga al respeto, el cual posibilita la convivencia pacífica. El respeto lleva a reconocer los derechos y la dignidad de otro y la obligación de no perjudicarlo ni dejar de beneficiarlo.
Confianza: Es la seguridad de una persona para actuar; es su ánimo y decisión para obrar. Confianza es la actitud que manifiesta un individuo cuando se siente respetado, comprendido, alentado y acogido en el contexto de una relación de diálogo y respeto.
Amistad: Consiste en el afecto personal desinteresado, comúnmente recíproco, que nace entre dos o más personas y que se fortalece con el trato. Es un lazo afectuoso nacido de la estimación y la benevolencia mutuas.
Cooperación: Es una acción que se realiza con otro u otros individuos para conseguir un mismo fin. Esta acción, aunque a veces trae un beneficio personal, siempre tiende a favorecer a los demás. Para considerar un acto cooperativo debe existir una reciprocidad; sin ésta no se puede hablar de cooperación, sino de ayuda.
Compartir: Se entiende como un acto de participación mutua en algo, ya sea material o inmaterial. En el acto de compartir está implícita la generosidad, la actitud de saber dar y recibir, de aceptar y acoger lo que otro ofrece.
Justicia: Es la constante y perpetua voluntad de dar a cada cual lo que le corresponde por ser quien es, por sus méritos o actos.
Solidaridad: Se define como la adhesión ilimitada y total a una causa, situación o circunstancia que implica asumir y compartir tanto beneficios como riesgos. Es la adopción de una actitud de participación y apoyo que se muestra frente a los problemas, actividades o inquietudes de otro u otros por razones morales, ideológicas, u otras. La solidaridad expresa la unión o vinculación entre las personas y la responsabilidad recíproca individual y colectiva.
Tolerancia: Es el respeto a las opiniones o prácticas de los demás, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Implica la posibilidad de establecer un diálogo en la que se respetan las diferencias.
Honestidad: Significa que no hay contradicciones ni discrepancias entre los pensamientos, las palabras y las acciones de un individuo. La persona honesta nunca hace mal uso de lo que se le confía.
Libertad: Se define como el derecho de la persona a actuar sin restricciones, siempre que sus actos no interfieran con los derechos de otras personas. La libertad individual es la capacidad de autodeterminación que permite a los seres humanos actuar de acuerdo con sus deseos, teniendo como único límite el derecho de los demás.
Paz: Es la ausencia de conflictos. Se puede describir como la relación que existe entre personas, grupos o países entre los que no hay enfrentamientos. Se pueden distinguir dos formas: la paz interna, que se caracteriza porque la persona posee un equilibrio psíquico, sentimientos altruistas y no tiene conflictos entre sus sentimientos y su mente, y la paz externa, que recae sobre un fenómeno cultural, jurídico, político o social.
La formación en valores no debe manejarse en el salón de clases como una asignatura más que los alumnos y las alumnas deben estudiar cada semana, sino como una reflexión cotidiana de la manera en que conviven los diferentes actores que forman los ambientes familiar, escolar y social de los educandos.
El maestro o la maestra debe tener presente que en la educación integral de los educandos, la formación en valores es un aspecto tan importante como el desarrollo de otras capacidades cognitivas, pues los niños y las niñas, al adquirir actitudes positivas hacia su persona y hacia quienes los rodean, desarrollan habilidades útiles para enfrentar la problemática implícita en la vida social.
La adquisición de valores útiles para la convivencia armónica enfrenta grandes obstáculos, por ejemplo, la influencia de la educación familiar, que no siempre tiene como base valores aceptados de manera universal; el efecto de los medios de comunicación masiva en los escolares, quienes en muchas ocasiones se convierten en receptores pasivos de mensajes violentos, consumistas, individualistas y de competencia desmedida. A los aspectos anteriores se suma la gran diversidad de valores manejados en las sociedades actuales, resultado de un proceso integrador que nos acerca a realidades culturalmente ajenas y distantes.
La escuela, como la familia, es un espacio propicio para la transmisión de actitudes que promuevan la libertad, el respeto de la dignidad humana, la tolerancia y la convivencia pacífica. Para ello, es importante que el maestro o la maestra tenga siempre presente que los valores sólo se aprenden mediante la práctica, experimentándolos día a día y observándolos en los prototipos inmediatos de los alumnos y las alumnas.
En el proceso de adquisición de valores, la figura del maestro o de la maestra juega un papel de suma importancia. Por tal razón, el docente debe analizar y clarificar las actitudes que orientan sus acciones, de modo que muestre coherencia entre lo que comunica verbalmente a los educandos y lo que manifiesta con sus actos. Es necesario, además, que se convierta en el principal promotor de la tolerancia en el grupo escolar y que evite imponer criterios o ideas. Su principal función será alentar la discusión y la reflexión acerca de situaciones que ofrezcan aprendizajes, muchas de ellas derivadas del propio trabajo escolar.
El ambiente del aula debe ser de confianza, cálido y respetuoso; debe alentar la expresión espontánea y franca de los educandos y permitir la crítica y la autocrítica constructivas. De otro modo, los valores se percibirán como ideales acerca de la vida, y no como convicciones individuales capaces de generar conductas adecuadas para vivir en armonía con el entorno social y natural. Esta idea deberá orientar la labor cotidiana de la Educación en valores.
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